Artículo semanal de Mons. Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
17 de enero de 2018
El sábado 13 de enero hice una visita a la parroquia de S. Pablo Chalchihuitán, de la Región Tsotsil.
Recorrer el estado de Chiapas es una delicia y una fatiga. Delicia por su paisaje, de verdor constante, de montañas y hondonadas, de carreteras y caminos serpenteantes. Es fatiga por los frecuentes topes y baches, además de los bloqueos que obligan a esperar a veces largo tiempo o a buscar rodeos para poder avanzar. De todo esto hubo en el recorrido para llegar a la comunidad de Chalchihuitán.
A la entrada del pueblo personas principales me saludaron respetuosamente y me pidieron que bajara y pasara a una casa. Yo presentía algo especial. Efectivamente, sobre mis ropas me empezaron a poner la vestimenta propia del varón tsotsil de Chalchihuitán. Me agradó, por su colorido y, desde luego, porque era un signo de pertenencia que me ofrecía la comunidad, además me abrigaba más, pues la temperatura estaba a 4º.
Al saludar a toda la comunidad reunida, como suelen hacerlo los tsotsiles, no me dieron un sencillo “buenos días”, sino que me preguntaron “¿Cómo está tu corazón?” Yo respondí que muy agradecido y contento por el cariño y devoción con que me recibían; percibía que me estaban entregando su corazón y yo deseaba corresponder entregándoles el mío. También me dolía saber que una parte de la población seguía en el cerro, desplazados fuera de sus casas y anhelaba encontrarme con ellos.
Luego de un sabroso desayuno, partimos a uno de los campamentos, el de Pom. Ahí pegaba más el viento frío, pues la reunión era en la cresta del cerro. Varias personas compartieron su dolor y aflicción al tener ya varios meses fuera de casa, con mucha hambre, frío, enfermedad, incertidumbre y cansancio porque no se resuelve el problema. Agradecen el apoyo que han recibido en alimento, ropa, medicina; pero no dejan de sufrir recordando a los que han muerto por las balas, el hambre o el frío. Se sienten engañados y frustrados por quienes deberían actuar para resolver el problema de manera justa. Dijeron nombres de funcionarios a nivel federal, estatal y municipal.
Yo vi con dolor a muchas personas descalzas, niños y adultos, algunos con ropa muy delgada a pesar del frío. Peor todavía, que están lejos de su casa y descuidando sus campos de trabajo, llenos de tristeza y depresión.
A pesar de todo, me conmovió percibir a los niños muy confiados y libres para acercarse a mí, señal de que han sido amados en su familia y eso les da libertad y confianza para acercarse a alguien que apenas empiezan a conocer y tratar. Un bebé de unos cuantos meses, con su manita apretaba mi dedo y no me dejaba avanzar a saludar a los demás. ¡Deliciosas caricias de Dios que el niño y yo nos dábamos mutuamente!
Desde luego que el grupo que me acompañaba hacía presencia de muchos otros que generosamente habían enviado alimento, ropa, juguetes y medicina para compartir.
La ayuda asistencialista sigue siendo imperiosa mientras continúen desplazados; pero es necesario destrabar y desarmar los conatos de violencia y muerte, a fin de que puedan regresar a su vida ordinaria de habitación y trabajo. Invito a todos y cada uno a sanar el propio corazón de la prepotencia, el abuso, el rencor, el odio, la venganza. Les invito a vernos y tratarnos como hermanos, a darnos la mano y el corazón –como tsotsiles- Que continúe la mesa de diálogo para que las autoridades lleguen a una solución justa y equitativa a fin de que haya paz duradera. Adicionalmente, hay que implementar proyectos de desarrollo sustentable con las comunidades en litigio.
No dejé de pasar brevemente a Yabteclum, comunidad de la parroquia de Chenalhó, donde saludé al párroco y algunos de los catequistas que todavía quedaban, de una reunión que acababan de terminar. El problema no es de Chenalhó contra Chalchihuitán por cuestión de límites. Es más que eso e intervienen y buscan beneficio personas ajenas a dichos pueblos.
Chiapas es un estado fértil, de abundantes recursos naturales y de personas con un corazón magnánimo y hospitalario. Con la ayuda de Dios y buena voluntad, podemos resolver satisfactoriamente este problema y muchos más.
+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de San Cristóbal de las Casas